Texto publicado en revista "Mal de ojo" para proyecto FONDART "Escrituras y Sonidos del Desierto" (Copiapó 2016)
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La memoria como testimonio de vida y arraigo: El fortalecimiento de la identidad mediante el arte
¿Cómo encontrarnos en esta jungla multicultural que habitamos hoy? ¿Cómo descubrir las tantas historias ancestrales de las que estamos hechos? ¿Para qué nos sirve la identidad, la memoria, eso que llaman Patrimonio? ¿Qué nos ocurre cuando perdemos la memoria o nos extraviamos entre lo nuevo? ¿Cómo reflejarnos en un paisaje herido por el extractivismo y el modelo económico que lo arrasa?
La multiculturalidad que nos rodea, frente a la cultura hegemónica que se nos impuso desde inicios del siglo XX, nos confunde y nos lanza a un vacío identitario: ese no-lugar donde no nos sentimos parte de una cultura que nos es ajena y que desconoce los territorios —materiales o simbólicos— que habitamos. Pero esa misma multiculturalidad comparte un paisaje, un territorio común que cobija a quienes convivimos en él, generando nuevos recuerdos y una nueva memoria. Una memoria que se resignifica día a día entre todos los actores que la habitamos. La naturaleza cambia; el modelo de “desarrollo” se disfraza de evolución, pero no siempre lo es. Muchas veces transforma el paisaje hasta dejarnos en un páramo memorial. Sin embargo, la verdadera evolución puede estar en las nuevas ideas: sanar viejas prácticas políticas y sociales, cuidar nuestro entorno, volver la mirada hacia los ancestros conectados con la Kellollampu, con el valle de Tierra Amarilla, ese terreno polvoriento y hermoso del que hablaron los Quechuas.
La música, la poesía y el arte nos traen esos recuerdos de vuelta a la piel. A través de las obras se impregnan momentos e imágenes que son parte de nuestra historia: una historia que vive en nuestros genes, aunque no siempre en nuestra memoria consciente.
Y entonces, al observar el valle, ¿podemos construir memoria? Sí, podemos. La imagen poética que nace del entorno es el primer paso para recuperar lo perdido. El arte, hecho obra, nunca se destruye: viaja de boca en boca, de oído en oído, de mano en mano. Como el folclore, se resignifica de manera gratuita, visceral y natural en cada percepción, en cada mirada que se posa sobre estas obras andantes y portadoras de nuestra memoria.
Saber quiénes somos y dónde estamos nos permite arraigarnos, vincularnos naturalmente con la tierra y el paisaje, y vislumbrar un camino propio. Hacer florecer el valle en cualquier época del año con una poesía hecha canción, que evoque el viento, el polvo, los pájaros y los árboles, nuestros cielos y las risas de los niños jugando en el desierto. Se trata, creo yo, de detener la máquina, de observarnos y contemplar el espacio que habitamos, y desde ahí construir nuestra memoria, nuestras necesidades, y nuestras futuras cosechas.
Vilú
Compositora y gestora cultural chilota
Mayo, 2016
Proyecto FONDART "Escrituras y Sonidos del Desierto"
(Copiapó 2016)
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